domingo, 9 de enero de 2011

Pues no sé, por que así hablo

Cartas y más cartas.
El cuaderno con la pasta tupida de corazoncitos, maripocitas y florecitas que me regaló mi mejor amiga tiene las hojas llenas de cartas para tí. Cartas que, cuando estábamos más distantes (en cuerpo y alma, jaja) me dictaba el corazón, la mente, o muy probablemente el aburrimiento, el ocio. Cartitas que con paciencia y entusiasmo escribía por que sentía como si estuvieras frente a mí, calladito y oyéndome, atento, decir todo lo que en realidad se formaba en los renglones y no se parlaba. Y que hasta la fecha no he dicho, otras cosas más que decir van llegando continuamente, sin cesar. Tengo algunas más, muchas, en sobres de colores que tienen la fecha de escritura, ordenadas cronológicamente, esperando ser entregadas. Leídas. Tocadas. Guardadas. Vueltas a leer de vez en cuando. Por el destinatario, claro. Muchas veces abro el cuaderno y los sobres, para pasar la vista por aquellas palabras que aveces me provocan pena, ternura, risa, congoja, me imagino tus expresiones, tus pensamientos, indiferencia en el peor de los casos, entonces cierro el sobre o el cuaderno. Hundida en mis hombros. Queriendo escapar. Verte en persona.
Otras veces me entra lo pendeja y pienso que cuando nos casemos te las entrego toditas. El mero día de nuestra boda, en nuestra luna de miel. ¿Cómo no me da vergüenza tanta cursilería? ¿Quién me asegura que nos vamos a casar? Ya que se me baja la pendejez y entro en razón pienso que en el matrimonio no habrá tiempo ni espacio para esas sandeces. Será otro cuento, pues. New start, qué se yo. Bye chingaderas. Entonces, volviendo a la jodidez del dilema, pienso: ¿Me apuro o no me apuro?

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